Recostada allí reflexionando inerte, mirando al techo blanco y su textura peculiar, pensó en muchas historias. Todas aquellas que había protagonizado.
Allí, arrojada al vacío de la oscuridad nocturna, dejada al azar entre memorias, entre ropas zurcidas a mano, entre cantos de niñas escuchadas durante el día, allí, ella abrazó la felpuda intimidad de su pequeño y personal osito de peluche y recordó; soy una muñeca.